Madremíadelamorhermoso cuanto tiempo hacía que no me aburría tanto en un concierto.
¿Puede un grupo de canciones bonitas hacerte bostezar en cadena hasta ocho veces? ¿Puede uno desconectar en mitad de un tema profundísimo hasta el punto de empezar a pensar en que no quedan huevos en la nevera, y entonces como voy a hacer tortilla el domingo? ¿Es de verdad posible que algo en el escenario enganche tan poco que acabes concentrado en mirarle el pelo de la barba al de al lado? Que no, que
I don't like it like this, y lo digo así, a lo indi, cogiendo el título de una canción de los suecos estos de la
Radio Dept, que menuda noche, majos.
La cosa fue el viernes 21 en la Joy Eslava, sala que cuenta con tres seguratas por cada persona del público, más otros cinco por cada cuarto de baño, más siete barrenderos por metro cuadrado que compiten por ver quien parte más espinillas, más un ejército de gorilas en la puerta que dicen matrixmatrix si les aprietas la oreja. En fin. Ese día el Wintercase debió empezar con Hola a Todo el Mundo, que es un grupo molón con ukeleles y violines, y del que esperábamos la alegría de la noche. Pero la Joy debe de ser la sala más puntual del universo, o bien a estos seis no les dejaron tocar ni cuatro temas, porque llegamos a las nueve menos diez (apertura de puertas a las ocho) y allí ya no había ni hola ni adiós, ni estaba todo el mundo, ni parecía que hubiera pasado nada. Entonces salió Maga, con las canciones de siempre, y mi consecuente ola de flashbacks adolescentes, y la emoción incontenible del público que había estado empollándose hasta la última coma de toda esa paranoia que cantan. Bueno, estuvo bien, repetitivo y profundo, para qué más. No llevaban el aparatito de las bases, pero en aquel momento no quisimos interpretar esa señal como presagio del vacío total que vendría después.
Y sí, resultó que eran tres, y que eran suecos-suecos. Sobre todo el teclista. De batería ni rastro, se habría ahogado en un fiordo. En su lugar sonaba un sampler que hacía chin-chin-pón. Lo del chin-chin-pón es algo que queda muy bien en algunas grabaciones, pero que en directo es como un cesped artificial. Y a partir de ahí, poco más. El cabeceo arrítmico del cantante, un tirirín por aquí y otro por allá, un sonido de esos que mientras pasa de una oreja a otra parece que está muy bien, pero que luego se esfuma. La llanura infinita, vamos, ni un matiz, ni un meneo, ni un mal chiste. Pero lo mejor es que la gente estaba encantada, maravillada, deslumbrada. Y fue entonces cuando, sintiéndome así, entre hereje y aburrida, tuve la idea:
Visualicé un escenario anti-estatismo. Un escenario en el que un complicado suelo a base de sensores de temperatura y movimiento se tragaría a los músicos que no se movieran de su sitio durante más de treinta segundos. Tampoco es que quiera que todo el mundo se ponga a dar grandes saltos y a sudar como pollos a lo Hives; con un leve pasito a derecha e izquierda bastaría, un tap-tap con el zapato, un giro disimulado. Pero por lo menos algo, por favor, un poco de sangre caliente, por muy suecos que sean, una prueba de que nadie les estaba apuntando con una pistola. Me imaginé a mi escenario anti-estatismo abriendo las fauces y tragándose para siempre a esos seres impasibles e incapaces de dejarse llevar por su propio ritmo. Y así se me fue la noche, con estos y otros pensamentos igualmente idiotas.
Los de la Radio en realidad acabaron muy contentos. Dijeron que habíamos sido el mejor público ever-ever really you're really amazing, e incluso nos dejaron dos temas de propina. La gente gritó otra-otra, los de al lado dijeron qué buenos que son, los de atrás sonreían, todo era dream y era indie. ¿Entonces? ¿Por qué nosotros salimos así, con ganas de encerrarnos en casa y no salir más? Y si Freddie and The Trojan Horse es un buen disco, ¿por qué se me disiparon todas las notas de la cabeza nada más caer el telón? ¿Fue la sala? ¿Fueron los astros? ¿Fueron las croquetas de la cena?
¿Fue el trauma de mi niñez, entre Laura Pausini y Pennywise, atacándome de pronto en el dream-pop?
Johan Duncanson atándose un zapato y Martin Larsson siguiendo con gran interés la operación
(Para quitarse el mal sabor de boca con una reseña bonita de estos chavales, pinchar por ejemplo aquí)