20081124

Nueva era en el SÍ BAR

Tras descubrir por fin como (carajo) se pone música en blogger (y no era tan difícil), procedo a inaugurar una nueva era en este bloj, y como artista invitada, así, por casualidad, la grande-grande Cristina, de Cristina y los Stop, de allá por los sesenta españoles, que los dioses los tengan en su gloria (a los 60) (y a los Stop también, por qué no).

El tema que cuelgo, una alegría para cualquier noche de lunes, estaba en un recopilatorio de esos que uno se encuentra sin querer mientras pasea a la mula. Hay que dar las gracias al autor de la "6-espanish-compileishon", y a la propia Cristina Stop, que nos ofrece en su página casera, http://www.cristinastop.es/, una biografía imprescindible para cualquier amante de lo friqui.

Como datos interesantes, que Cristina es su nombre artístico, que el "lalalá" lo cantó ella antes que Massiel, que cuando se fueron los Stops se juntó con los Tops, y que si intentas copiar alguna frase de su página te sale una advertencia diciendo que no la copies, que si quieres algo se lo pides a Cristina por mail.

Y sin más, aquí dejo el caramelico. Y a bailar como posesos con el radiador a tope.
El turista 1999999.mp3 - Cristina y Los Stop

I DON'T LIKE IT LIKE THIS

Madremíadelamorhermoso cuanto tiempo hacía que no me aburría tanto en un concierto.

¿Puede un grupo de canciones bonitas hacerte bostezar en cadena hasta ocho veces? ¿Puede uno desconectar en mitad de un tema profundísimo hasta el punto de empezar a pensar en que no quedan huevos en la nevera, y entonces como voy a hacer tortilla el domingo? ¿Es de verdad posible que algo en el escenario enganche tan poco que acabes concentrado en mirarle el pelo de la barba al de al lado? Que no, que I don't like it like this, y lo digo así, a lo indi, cogiendo el título de una canción de los suecos estos de la Radio Dept, que menuda noche, majos.

La cosa fue el viernes 21 en la Joy Eslava, sala que cuenta con tres seguratas por cada persona del público, más otros cinco por cada cuarto de baño, más siete barrenderos por metro cuadrado que compiten por ver quien parte más espinillas, más un ejército de gorilas en la puerta que dicen matrixmatrix si les aprietas la oreja. En fin. Ese día el Wintercase debió empezar con Hola a Todo el Mundo, que es un grupo molón con ukeleles y violines, y del que esperábamos la alegría de la noche. Pero la Joy debe de ser la sala más puntual del universo, o bien a estos seis no les dejaron tocar ni cuatro temas, porque llegamos a las nueve menos diez (apertura de puertas a las ocho) y allí ya no había ni hola ni adiós, ni estaba todo el mundo, ni parecía que hubiera pasado nada. Entonces salió Maga, con las canciones de siempre, y mi consecuente ola de flashbacks adolescentes, y la emoción incontenible del público que había estado empollándose hasta la última coma de toda esa paranoia que cantan. Bueno, estuvo bien, repetitivo y profundo, para qué más. No llevaban el aparatito de las bases, pero en aquel momento no quisimos interpretar esa señal como presagio del vacío total que vendría después.

Y sí, resultó que eran tres, y que eran suecos-suecos. Sobre todo el teclista. De batería ni rastro, se habría ahogado en un fiordo. En su lugar sonaba un sampler que hacía chin-chin-pón. Lo del chin-chin-pón es algo que queda muy bien en algunas grabaciones, pero que en directo es como un cesped artificial. Y a partir de ahí, poco más. El cabeceo arrítmico del cantante, un tirirín por aquí y otro por allá, un sonido de esos que mientras pasa de una oreja a otra parece que está muy bien, pero que luego se esfuma. La llanura infinita, vamos, ni un matiz, ni un meneo, ni un mal chiste. Pero lo mejor es que la gente estaba encantada, maravillada, deslumbrada. Y fue entonces cuando, sintiéndome así, entre hereje y aburrida, tuve la idea:

Visualicé un escenario anti-estatismo. Un escenario en el que un complicado suelo a base de sensores de temperatura y movimiento se tragaría a los músicos que no se movieran de su sitio durante más de treinta segundos. Tampoco es que quiera que todo el mundo se ponga a dar grandes saltos y a sudar como pollos a lo Hives; con un leve pasito a derecha e izquierda bastaría, un tap-tap con el zapato, un giro disimulado. Pero por lo menos algo, por favor, un poco de sangre caliente, por muy suecos que sean, una prueba de que nadie les estaba apuntando con una pistola. Me imaginé a mi escenario anti-estatismo abriendo las fauces y tragándose para siempre a esos seres impasibles e incapaces de dejarse llevar por su propio ritmo. Y así se me fue la noche, con estos y otros pensamentos igualmente idiotas.

Los de la Radio en realidad acabaron muy contentos. Dijeron que habíamos sido el mejor público ever-ever really you're really amazing, e incluso nos dejaron dos temas de propina. La gente gritó otra-otra, los de al lado dijeron qué buenos que son, los de atrás sonreían, todo era dream y era indie. ¿Entonces? ¿Por qué nosotros salimos así, con ganas de encerrarnos en casa y no salir más? Y si Freddie and The Trojan Horse es un buen disco, ¿por qué se me disiparon todas las notas de la cabeza nada más caer el telón? ¿Fue la sala? ¿Fueron los astros? ¿Fueron las croquetas de la cena?

¿Fue el trauma de mi niñez, entre Laura Pausini y Pennywise, atacándome de pronto en el dream-pop?



Johan Duncanson atándose un zapato y Martin Larsson siguiendo con gran interés la operación

(Para quitarse el mal sabor de boca con una reseña bonita de estos chavales, pinchar por ejemplo aquí)

20081110

My Brightest Diamond


Es Mi Diamante más Brillante, y no podré perdonarme nunca por haberlo perdido. No haber llegado a tiempo a la Sala Caracol, el pasado veinte de octubre, no verles ascender con todos sus violines y ritmos a contratiempo, fue la cosa más triste que me ha pasado nunca un lunes. Pero queda darle al play, y eso es mucho.

Hay música para escuchar con auriculares, uno en cada oreja, música que provoca el rarísimo gesto de cerrar los ojos en el metro. La voz empieza entrando por la izquierda con el timbre de cualquier otro instrumento, tres violines pasan por detrás de la cabeza, y hay un bajo tan preciso como un termómetro en el centro del cerebro, entre los ojos, diciéndote a golpes que son canciones, y que se acaban. Pero mientras duran estás en otra parte. En un mundo pequeño de perfecciones, sin más. Acorralado y feliz, y a la vez temiéndote algo, porque las canciones de My Brithtest Diamond suenan inevitablemente al espectro de una advertencia.

En Shara Worden, o la precisión de una voz que estudió ópera, o una mente que produce melodías señoriales automáticamente, está lo siniestro ("To Pluto's Moon"), lo tristísimo ("We Were Sparkling"), o cosas que dan bastante miedo, como "Black and Costaud", o "Freak Out". Pero también hay respiros, agujeritos de luz, que aunque no dejan de tener su profundidad abismal vertiginosa, te salvan, como la increíble "Disappear".

One day I may disappear / Don't be too suprised / 'Cause I get tired of / Noisy alarms& phone bills/ I don't think we're meant to stay here very long / I don't dream of bringing heaven down / not like this / I'd rather move on / One day I may go for the longest walk / Don't be too shocked / 'Cause I get tired of / Sneaky societies & combat boots.

Y hasta aquí las palabras. Ahora la música: abrir esto, descender al fondo a la derecha, y en recent mp3, clik en el play; apagar la luz un poco, proponerse una hora de no hacer nada más, desconectar el teléfono, y poco más. Dejarse invadir.